ENTRE TAJAMAR Y MOCHETIERRA

Gerardo Fernández Casanova

La muy protestada y advertida devastación del manglar en el desarrollo Tajamar en Cancún es muestra de la falsedad del discurso oficial respecto a la protección del medio ambiente y los recursos naturales. En el caso alguien más que el mar recibió tajada y en la tierra moche a los hombres de buena voluntad para el negocio. Hoy la secretaría responsable de dicha protección se lava las manos aduciendo que fueron permisos otorgados por los gobiernos panistas y que, siendo propiedad privada, está imposibilitada para actuar contra la destrucción del manglar. Como quien dice “palo dado ni Dios lo quita y háganle como quieran”. Además, si acaso se le prendiera el foco y actuara en consecuencia, el gobierno de México sería sentado en el banquillo de los acusados ante la corte internacional que ve por la protección de las inversiones, dependiente del Banco Mundial, y con toda seguridad sería condenado a una indemnización multimillonaria.

 

Quiero aprovechar el tema como ejemplo objetivo de lo que significa el calificativo de vendepatrias que con frecuencia aplico a los gobiernos neoliberales que desde hace treinta años hemos padecido. En el enfermo afán de atraer inversiones extranjeras a como dé lugar, tales gobiernos han entregado todo desde los bajos salarios al trabajo, la infraestructura y, muy especialmente, la soberanía. El hecho de renunciar a la facultad constitucional para, en todo momento, imponer a la propiedad privada las modalidades que al interés superior de la nación convenga y aceptar someterse a jurisdicción de un tribunal extranjero, que no es internacional porque no lo constituyen las naciones, sino que es libremente formado por el Banco Mundial, a eso se le llama entrega de soberanía o, en términos más comunes, venta de la patria. Es una sofisticada forma de corrupción, pero es la que mayor daño nos ha causado.

 

El argumento es que, en la globalización, hay que tener condiciones favorables para competir por los flujos de inversión extranjera necesarios para el desarrollo del país. Tal cantaleta es falsa; no es más que el instrumento de que se valen los grandes centros financieros del mundo para colocar de rodillas al resto del planeta. Es parte del tándem de candados neoliberales: libre comercio, libre flujo de capitales, autonomía del banco central, legislación laxa en lo fiscal, lo laboral y lo ambiental, entre otros, aceptado por regímenes incapaces de garantizar los intereses nacionales.

 

La inversión, sea local o extranjera, se da donde hay negocio y utilidades. Hay dos maneras de que tal negocio se obtenga: una es la de reducir artificialmente los costos para competir en el mercado mundial y la otra es contar con un vigoroso mercado interno capaz de demandar los bienes y servicios que la economía doméstica produce. La primera, impuesta a troche y moche desde el gobierno de Salinas, ha demostrado su impertinencia y su perversidad. La segunda, que obviamente no se ha practicado en estos años, demostró su capacidad en los tiempos del llamado “milagro mexicano”, que habría que actualizar y corregir con las experiencias, pero que ofrece una mejor garantía de satisfacción al bienestar de los nacionales.

 

La terquedad con que se mantiene el nefasto modelo económico que nos ahoga es la más perversa de las formas de la corrupción, puesto que es la madre de todas ellas y comienza con la manipulación fraudulenta de los procesos electorales, especialmente explícitos en 1988 y 2006, pero que se extiende a todos los casos cuando la influencia de los medios de comunicación privados se convierte en determinante del resultado electoral. La ilegitimidad coloca de rodillas a cualquier gobernante y ahí se instaura la corrupción de a de veras, más que las mordidas y comisiones por contratos de obra, es la entrega del país a cambio del poder para así poder negociar todo lo demás. Por eso soy totalmente escéptico ante un sistema anticorrupción surgido y operado desde el propio gobierno corrupto.

 

México tiene hambre de honestidad, no sólo en el gobierno sino en toda la estructura de la sociedad. Recuperar el valor de la honra y la virtud como el mayor de los prestigios. Necesitamos un electorado honesto que analice y opte por la mejor alternativa para el país, votando por  los hombres y las mujeres honestos que tengan la vocación de servir y busquen ejercerla en la excelsa actividad de la política.

 

gerdez777@gmail.com

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