Etiquetado de alimentos. Conflicto cultural

 

 

 

Gerardo Fernández Casanova

En fecha reciente el Congreso aprobó, por votaciones mayoritarias, reformas a la Ley General de Salud para establecer la norma oficial que determina el etiquetado frontal de alimentos procesados, con advertencias muy notorias y explícitas respecto al contenido de sustancias de efectos dañinos a la salud; sólo falta su publicación por el Presidente de la República. El tema ha desencadenado un conflicto de magnitud mayúscula entre las organizaciones empresariales representativas de la industria alimentaria, por una parte, y las autoridades de salud y las organizaciones de defensa del consumidor, por la otra. La presión o el chantaje sobre el Presidente por los círculos empresariales resultan superlativas, en momentos en que el nuevo régimen requiere de que el sector privado invierta para revitalizar la economía.

 

La industria de los alimentos industrialmente procesados, en combinación con la de la publicidad y la mercadotecnia, constituye uno de los más poderosos instrumentos de la penetración cultural y del dominio económico, en perjuicio del consumo de los alimentos propios de la costumbre y la idiosincrasia peculiares o tradicionales, los que son idóneos con los recursos de la propia naturaleza y con la salud de la población, con miles de años de respaldo.

 

La penetración cultural inicia desde la más tierna infancia: la leche en polvo (Nido de Nestlé) dizque vitaminada, contra la lactancia natural, frecuentemente apoyada, la primera, por pediatras adoctrinados en convenciones de gran turismo o premiados por comisiones de venta. Le siguen los frasquitos del Gerber contra las papillas de vegetales naturales frescos. Un ejemplo importante es el desayuno infantil: los cereales de marca (Kellogs y Nestlé) contra el más nutritivo de calabaza o el camote dulces con leche, mucho más baratos; baste comparar el precio del maíz aplastado (Corn Flakes) con el de las tortillas: el primero ronda en los $50 por kilo mientras que la tortilla cuesta $15 por kilo; ni se diga de la comparación con la calabaza o el camote dulces para el desayuno. Siguen las golosinas y botanas con similares características. Es una tarascada mayúscula a la economía de las familias, además de su grave efecto sobre su salud.

 

Se aduce que la libertad implica la decisión libre de consumir. La pregunta es qué tan libre es la decisión de un niño bombardeado por millones de pesos de publicidad o de una madre sometida al berrinche de un niño que exige la marca de la figura (el poderoso tigre sonriente) que se promueve en la televisión o en la cancioncilla del radio. Si los productos naturales o tradicionales pudieran tener la misma capacidad de influencia publicitaria posiblemente pudiera hablarse de libertad, pero al no existir tal posibilidad, deviene en esclavitud. El gran comercio al menudeo (Walmart) es otro contribuyente eficaz en esta penetración cultural; el margen de utilidad, los códigos de barras, las presentaciones supuestamente sanitarias (que no necesariamente saludables) se convierten en obstáculos infranqueables para la comercialización de lo tradicional, lo digo con la experiencia de haber sido productor de piloncillo.

 

Científicamente está comprobada la nocividad de los alimentos procesados; la adición de edulcorantes enfocados a la palatalidad infantil, de conservadores, incluso de adictivos (¡A que no puedes comerte sólo una!) además de cargas para hacer volumen de bajo costo, son causas de enfermedades como la obesidad, la diabetes y la deficiencia cardiovascular, entre otras.

 

En este conjunto de prácticas, una mínima acción de advertencia al consumidor, por muy dramática o traumática que sea, se queda corta ante el poderío de la venenosa fuerza de la industria alimentaria globalizada y doméstica.

 

El Presidente López Obrador tiene un hueso duro de roer. La salud, independientemente de su costo, es una prioridad de gobierno; la inversión productiva generadora de empleos es igualmente importante. En sus palabras: gobernar significa optar entre inconvenientes. Veremos cómo lo resuelve.

 

P.S. Soy taquero y fritanguero por gusto y por salud.

 

 

gerdez777@gmail.com

 

 

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*