LA IZQUIERDA MILITANTE Y EL NUEVO RÉGIMEN

 

 

J. Rigoberto Lorence

Este año se produjo, por primera vez bajo un gobierno de izquierda, la primera manifestación de protesta por los hechos criminales del 2 de octubre del 68, lo cual añade un aspecto muy especial al acontecimiento: Hoy el gobierno obradorista no reprime, pero grupos de vándalos se han agregado para desvirtuar las marchas, generar confusión y, a fin de cuentas, generar las condiciones para una represión general.

 

Los autollamados anarquistas no tienen capacidad de convocatoria propia. Si acaso lograr reunir unas 200 personas en total, y una marcha de tal volumen se expondría al ridículo y al choteo. Por eso prefieren agregarse a las marchas convocadas por otros, tratando de imponerles su sello provocador. En este sentido, los encapuchados no movilizan masas, tan solo las parasitan.

 

 

Este rasgo se ha convertido en uno de los principales elementos negativos de las últimas movilizaciones. Los vándalos no enarbolan banderas de lucha, simplemente golpean, lanzan cohetones y agreden en masa a los agentes de la autoridad, rompiendo y quemando edificios y pintarrajeando consignas absurdas e incomprensibles.

 

Pero por su cercanía física con el grueso de los contingentes legítimos, no se les puede encapsular ni detener. Logran así los jóvenes encapuchados el múltiple efecto de vandalizar, agredir, desvirtuar, provocar la represión y, finalmente generar que el debate se dé en torno a sus actos, y no en torno a las banderas y propuestas de los convocantes originarios de buena fé.

 

La izquierda tradicional –convocante histórica de las marchas—ha sido desplazada del centro del escenario. El debate hoy no se da en torno al contenido de sus discursos, o el análisis del fondo y la forma de sus movilizaciones. La expectativa mayor se genera en torno a cuántos edificios fueron quemados, a cuántos policías o ciudadanos fueron golpeados, o si son efectivos o no los “cinturones de la paz” convocados por el obradorismo.

 

¡Este es el centro del nuevo espectáculo! Las marchas del 68 eran esperadas por la ciudadanía con mucho calor y emoción; miles de ciudadanos sin partido se unían con alegría a las marchas, conmocionados por la audacia de los muchachos, la belleza de las abanderadas o el arrebato de las consignas estudiantiles. “¡Mi Patria es una cárcel del tamaño del mapa!” decía una manta, y ese contenido hacía cimbrar las conciencias. Lo más importante siempre fue la imaginación.

 

Hoy todo es más calmado, tranquilo. Ya no hay Halcones que ataquen las marchas, ni granaderos que anden sorrajando sus toletes contra el cráneo de los jóvenes. Y al volverse marchas tranquilas, perdieron su encanto original ante los ojos de la sociedad, ante los medios y la opinión general. Se han convertido en conmemoraciones históricas rituales.

 

La gente que presenció la marcha del último 2 de octubre se acuerda más de los edificios incendiados, de los cohetones estallando y otros detalles, que del contenido del discurso de los oradores del comité del 68, convocante legítimo de la marcha.

 

Para cambiar esta situación y volver a los cauces originales, se requiere un ejercicio de autocrítica por parte de la izquierda tradicional. Una marcha también es un espectáculo –no una escenificación teatral—pero sí la dramatización de las necesidades y sufrimientos de la población. Y eso es lo que ha faltado.

 

De nada sirve condenar a los vándalos, formar cordones de paz, llamar a miles de empleados a servir como colchones contra el vandalismo y pronunciar floridos discursos en homenaje a los héroes de la gesta. Lo que se requiere es seguir haciendo gestas heroicas, dramatizar los males del pueblo, el analfabetismo, la miseria, la falta de servicios médicos.

 

Frente a marchas de este calibre –contra enemigos concretos—no hay vandalismo que sobresalga o amedrente a nadie. La dirección política de la izquierda debe tomar en sus manos la herencia de esa lucha para conseguir nuevas victorias. Y esto tendrá un atractivo irresistible ante el grueso de la sociedad.

 

En el 68 no se luchaba “contra el sistema”: se pedía la cabeza del jefe de la policía, la desaparición de los granaderos, la abrogación del delito de disolución social. Eso sí lo entendía el estudiante de base y toda la población, y por ello es éxito avasallador de sus demandas.

 

Las marchas necesitan volver a demandar soluciones concretas a problemas concretos. La explotación y la violencia siguen existiendo. Por lo tanto, las batallas callejeras tienen que dirigirse contra los enemigos del pueblo, contra los que se oponen a la cultura popular, o quienes impiden que el pueblo obtenga más ingresos o tenga más salud.

 

Se necesita que las marchas vuelvan a ser la expresión viva y actuante del malestar de las masas obreras, campesinas y estudiantiles. Si no se hace así, los chamacos desobedientes vestidos de negro seguirán ocupando el centro del escenario.

 

 

 

 

Sobre Rigoberto Lorence 102 artículos
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.

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