Nuestra América

Foto de archivo del Presidente electo de Colombia Gustavo Petro en una rueda de prensa en Bogota Jul 22, 2022. REUTERS/Nathalia Angarita

 

 

Gerardo Fernández Casanova

Saludo con entusiasmo la llegada de Gustavo Petro a la Presidencia de Colombia. México y Colombia fueron siempre los bastiones imbatibles del dominio hegemónico gringo, mientras en Nuestra América soplaron aires de emancipación. Salvo la Cuba eterna y la sitiada Venezuela resistieron la revancha neoliberal; Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia y Ecuador vieron esfumadas sus esperanzas libertarias con el retorno de la oligarquía y la embajada gringa que nuevamente colocaron a sus marionetas en los gobiernos. Obama lavó su oscura piel para lucir como  el vengador de la afrenta de la reunión de la isla Trinidad, en la que Hugo Chávez le obsequió el libro de Galeano “Las venas abiertas de la América Latina” como para tender un puente de comprensión para el mutuo respeto.

 

Llegó Trump y, distraído en vulnerar a Europa y pelear con China, sólo arreció el asedio frustrado a Venezuela y patrocinó el golpe contra Evo Morales en Bolivia. En la distracción se dio en México otro golpe, pero esta vez de pueblo que tomó el gobierno en 2018, con lo que el reloj volvió a marcar el tiempo en positivo; le siguió Argentina; luego Bolivia recuperó su paso progresista, ganó el pueblo en Perú, Chile y Honduras. Brasil y Ecuador dieron reversa de manera ignominiosa y sólo provisional. Cada cual con su propia historia pero todos con el sueño común de alcanzar la justicia y la libertad.

 

Muy peculiar el caso mexicano. Geográfica y económicamente integrado al norte anglosajón y con un tercio de país migrado a Estados Unidos y, al mismo tiempo, urgido de la hermandad latinoamericana. El Presidente López Obrador ha tenido que urdir un proyecto irrealizable de integración continental fincado en el respeto a las soberanías y la honesta cooperación para el desarrollo, abandonando injerencias y afanes hegemónicos; urdimbre que le otorga la libertad de apoyar la integración latinoamericana y negociar su propia relación soberana con los Estados Unidos. Juego de malabares de geopolítica que le permite ostentar la soberanía de México, principalmente en el rubro energético, así como asumir posturas de colaboración con Cuba y rescatar con vida a Evo Morales después del golpe de estado y otras apenas balbuceantes medidas de apoyo a los gobiernos progresistas del hemisferio, todavía al costo de recibir andanadas de reclamos del rancio conservadorismo doméstico.

 

El horno de la geopolítica mundial no está para bollos. La guerra está vigente y con temperatura creciente. Cautela obliga; no caben hoy las estridencias que pudo ejercer el glorioso Comandante Chávez; más vale paso que alcance que tranco que canse. En todo el mundo los pueblos se levantan; gobiernos de todos los colores se ven asediados por la gente que reclama paz y bienestar. Declina el poderío yanqui, no tanto por causa de sus adversarios externos, sino por su mismo pueblo en rebeldía sea en la ultraderecha trumpiana o en la juventud del viejo Sanders; allá soplan vientos borrascosos. Europa está al borde del colapso padeciendo los efectos de los conflictos entre otros más poderosos y sin ganancia alguna.

 

El reto para Nuestra América es consolidar los triunfos electorales y derrotar los afanes golpistas de la también nuestra oligarquía, hoy más comunicada que nunca y alentada desde la España medieval de Vox. Asegurar el ansiado triunfo de Lula y blindándolo contra el golpe militar anunciado; sostener a Pedro Castillo en Perú y brindarle oxígeno político y económico; auspiciar el éxito de Gustavo Petro y de Francia Márquez en Colombia. En fin, darle aire a la flama renaciente de la emancipación de Nuestra América. Así sea.

 

 

gerdez777@gmail.com

 

 

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