MORENA: El precio del poder

 

 

J. Rigoberto Lorence

Morena, el partido creado por AMLO y los elementos de la vieja guardia democrática, se debate hoy en una crisis que parece insalvable. Hay una tremenda rebatinga por las posiciones de poder a su interior, que serán decisivas a la hora de escoger candidatos para las elecciones del 2021, y sobre todo para las contiendas decisivas del 2024, cuando el poder federal cambie de manos.

 

Los grupos al interior de ese partido se han peleado con ganas desde el principio, desde que el fundador y líder moral, AMLO, renunció a su dirigencia para dedicarse de lleno a la tarea de gobernar. El país ganó un buen presidente, pero Morena perdió a su líder indiscutible, el único capaz de resolver las reyertas internas.

 

El encono en las disputas se nota por el tipo de acusaciones que se lanzan unos contra otros, en una batalla campal digna de mejores causas. Las rebatiñas del PRD en la época de Los Chuchos son como juegos de párvulos si se comparan con las que ocurren en este momento en el interior del partido que supuestamente gobierna este país.

 

Si analizamos el origen de las tribus morenistas podemos tener algo de luz para entender las batallas actuales. Básicamente, Morena está integrado –además de una amplia mayoría popular—por grupos que tienen su origen en el PRI y en el PRD. En el PRI imperaba la cultura de la línea, mientras en el PRD eran los arreglos cupulares sazonados por la corrupción, los que garantizaban cierta estabilidad. Era la cultura de la lana.

 

Por ejemplo: en el PRD se daban con todo, incluyendo sillazos en los congresos y asambleas. Pero los grupos se disciplinaban si de por medio había un acuerdo que aportara a los jefes de las tribus puestos públicos, posiciones administrativas e impunidad en el caso de los negocios fraudulentos, realizados al amparo del poder público.

 

El mejor ejemplo es el acuerdo a que llegó la dirección perredista con el PAN y el gobierno, en la época de EPN, para crear el Pacto por México. Posiciones, prebendas, negocios y toda clase de canonjías se distribuyeron entre los líderes de las diversas fracciones para mantener el equilibrio.

 

En el PRI el acuerdo cupular venía de lejos, desde su fundación en 1929. Ante el hecho de que existían más de 200 partidos locales, municipales, estatales y regionales en los años 30 del siglo pasado –y por lo mismo el país no gozaba de estabilidad política– el general Calles creó al PNR como una especie de federación de partidos, con sus sectores claramente definidos, y bajo el acuerdo de que las luchas internas que no se pudieran resolver a nivel local, regional o sectorial, serían resueltas por el presidente de la República, el nuevo tlatoani dador de la vida y el futuro, a condición de que todas las fracciones lo acataran.

 

Pero no solo eso: el nuevo Jefe Máximo tendría la fuerza política suficiente para imponer sus resoluciones, en caso de ser necesario. Y se generó así un catálogo de castigos para quienes osaran desafiar las nuevas Tablas de la Ley. Castigos que iban del destierro al encierro, pasando por la pérdida de acceso a los cargos públicos y a participar en el reparto del pastel gubernamental.

 

Este sistema funcionó durante décadas. Por lo menos, su dominio fue absoluto durante más de 60 años, hasta el desastre de Colosio, en 1994, cuando Carlos Salinas se negó a respetar una de las reglas de oro del sistema (el candidato presidencial es el nuevo sol, y el presidente en funciones se eclipsa) de manera que ya solo alcanzó a imponer al sustituto del hombre de Sonora. Pero Zedillo –quien conocía las intimidades del crimen—desconoció de inmediato a su promotor y hasta enjuició y metió a la cárcel a uno de sus hermanos.

 

En el caso de Morena, el único personaje con presencia política, prestigio moral y ascendiente sobre todo el partido, es AMLO. Si el presidente les tira la línea, las tribus se van a aplacar. Pero mientras no lo haga, los grupos andarán de encuesta en encuesta, de tumbo en tumbo, porque no existe un grupo hegemónico al interior del partido marrón. (Como lo demuestra la encuesta del INE, que da un empate técnico entre los dos principales aspirantes).

 

Y sin embargo, el gobierno federal sigue caminando. La comunicación de AMLO con las masas no se da a través de Morena, ni requiere aparatos intermedios. Es directa, y se mantiene a través de la conferencia matutina diaria, así como de las visitas a los estados. Hay un enlace directo AMLO-clases populares, un enlace muy valioso porque sigue empujando al país hacia adelante.

 

De ese gran movimiento popular, Morena no es más que el instrumento electoral. Si la gente vota por Morena –y sus aliados–  se debe a que Morena ES (o hasta el momento así lo percibe la población) el partido de AMLO. En el momento en que éste decidiera formar otro partido, o llamara a NO votar por Morena, sería el fin de las aspiraciones de los neotribales.

 

Hasta el momento AMLO se ha abstenido de dictar la línea de Morena. Eso es evidente, por eso tanto pleito. Y como tampoco permite la corrupción en el aparato del estado, no puede haber arreglo cupular que satisfaga a las nuevas tribus. No hay línea ni hay lana. Eso explica el desbarajuste de Morena. Y AMLO lo permite porque está dando oportunidad de que alguien adquiera prestigio y lo pueda sustituir como dirigente partidario.

 

En las presentes condiciones, no es probable que ningún grupo se vuelva hegemónico al interior de Morena. Por lo tanto, seguirá la rebatiña hasta el fin, hasta que la población ya no tenga confianza, y la votación se vuelque hacia otros partidos, en especial a los aliados de AMLO que hayan demostrado fidelidad al espíritu de la actual transformación.

 

Porque lo importante será conseguir que en el Congreso federal que se elija en el 2021, Morena y sus aliados sigan contando con la mayoría, y el poder Legislativo siga siendo aliado y promotor del cambio.

 

En caso de que eso no se consiga, los días de Morena estarán contados. Porque en ese contexto, AMLO deberá tomar las medidas pertinentes para que la mayoría evidente que tiene entre la población, se transforme en mayorías legislativas que puedan garantizar la continuidad del cambio.

 

Esto es fundamental. Porque si Morena pierde la mayoría parlamentaria, el poder legislativo se convertirá en el nicho del conservadurismo, en una trinchera de la contrarrevolución, y podría convertirse en poco tiempo en una crisis constitucional del estado mexicano.

 

Así pues: es vital meterle mano a Morena y garantizar una dirección política afín a los intereses de la 4T, que representan exactamente lo mismo que el programa de cambios enarbolado por AMLO. O se hace eso o nos hundiremos en el abismo que abren los prianistas ante los ojos del pueblo.

 

 

Sobre Rigoberto Lorence 102 artículos
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.

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