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Gerardo Fernández Casanova

El próximo viernes el señor Donald Trump tomará posesión como presidente de los Estados Unidos. El mundo entero está en ascuas a la espera de escuchar su discurso de inauguración, la mayoría con la remota esperanza de que, ya con la investidura institucional, el señor adopte una actitud que lo aleje del carácter atrabiliario que lo hizo merecedor del título de troglodita durante su campaña electoral, y que asome alguna luz de orden y tranquilidad para “los mercados” y principalmente para los gobiernos del mundo. Soy escéptico al respecto; con o sin investidura el sujeto es un verdadero troglodita ahora con el mayor poder concebible en el mundo. Pero también soy optimista; por no negar la cruz de mi parroquia recuerdo mis lecciones de álgebra en que la suma de dos negativos resultaba en un positivo; para el caso me aplico a considerar que un mundo totalmente desordenado e injusto (negativo) se viene a sumar un hombre atrabiliario, desordenado y también injusto (negativo) de ahí que tenga elementos para aspirar como resultante otro mundo de paz y justicia (positivo), no porque cada uno de los factores lo busque sino porque en su choque acabarán tan debilitados que pudieran florecer las expectativas del cambio por todos reclamado.

 

Para México las cosas se presentan con extrema gravedad, pero no por las ocurrencias del señor Trump, sino por la enfermedad terminal de un régimen incapaz de concebir un comportamiento de nación soberana, cancelado en su capacidad de concitar el respaldo mayoritario e involucrado en la maraña de la corrupción del negocio de la venta o regalo del país y sus recursos, tanto los naturales como particularmente los humanos. Otro gallo cantaría si contáramos con una presidencia surgida de la voluntad popular y que antepusiera el interés nacional a cualesquiera otros.

 

Por ejemplo, en el caso del TLC somos muchos los que, desde su gestación manifestamos nuestra oposición, desde todos los flancos: del sindicalismo independiente hasta el empresariado nacionalista, pasando por la academia, los movimientos sociales y gente del común. Tal postura ha sido reafirmada por los efectos que el malhadado tratado trajo consigo: abandono del campo, desindustrialización del país, extranjerización de la banca y de las principales actividades productivas y comerciales, todo ello aunado al desmantelamiento del estado en su calidad de ser garante activo del proceso de desarrollo y su correlato de justicia social.

 

Yo le tomo la palabra a Trump y le doy para adelante a la cancelación del tratado; me niego a su renegociación en la que el poderoso intentará eliminar lo que no le gusta pero mantendrá lo que le conviene. Fui formado en la época en que la inversión extranjera era recibida de manera condicionada y siempre como complemento de la prioritaria inversión nacional, fuese privada, social, estatal o mixta. El rotundo cambio por el que la inversión nacional fue castigada en tanto que la externa es recibida con fanfarrias y beneplácito, implicó una de las tantas vertientes de la destrucción de lo mexicano. En la debacle del drogadicto terminal, el régimen hace de la inversión externa el único puntal para mantener más o menos estable la paridad cambiaria, dado el déficit en la balanza comercial y el colapso de la exportación petrolera, ahora agravada con la amenaza sobre nuestros migrantes que aportan una importante proporción del ingreso de divisas; gracias a Trump, tal inversión del extranjero se esfumará desde ya.

 

Recuperar la actividad agropecuaria para que no tengamos que importar los alimentos, será el mayor amortiguador para el intento de repatriación de los migrantes; recuperar la industria nacional será suficiente para reemplear a los que se vean desplazados por el cierre de la automotriz de exportación. Reconvertir la industria energética en manos del estado mexicano proveerá a que vuelva a ser palanca de desarrollo, así como también el manejo probo e inteligente del gasto público como eficaz instrumento de una nueva política de industrialización. No descarto una severa renegociación de la deuda externa y la interna, comenzando por el nefasto FOBAPROA, pero con la fuerza y la entereza de un gobierno comprometido y patriota; las condiciones del mundo harán que los otrora organismos financieros opten por fórmulas de sobrevivencia, lejos de la prepotencia de que han hecho gala.

 

Esta sería la respuesta de un nuevo régimen de gobierno honesto y patriota a las intenciones de construir muros. Teiquirisi míster Trump, ya no se van a ir nuestros compatriotas a sufrir sus desplantes y ofensas. Su muro sale sobrando.

 

gerdez777@gmail.com

 

 

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