Graco sabe que la gente no lo quiere… y le vale madres

 

 

  • Crónica de una visita al estadio “Coruco Díaz” en la que el gobernador quiso pasar inadvertido.

 

 

Por Jesús Castillo García

No, no quiso arriesgarse a una rechifla generalizada como la que se llevó en aquel partido Zacatepec-Chivas cuando el sonido local anunció su arribo al estadio. Ahora entró a escondidas… y salió a hurtadillas como un ladrón.

 

La gente disfrutó el partido de futbol aunque el equipo de casa haya perdido (como siempre) con un marcador 2-0. Los 150 pesos que pagaron –al dos por uno para beneficiarios de la Beca Salario– bien valieron la pena para ver a la selección mexicana de futbol.

 

El medio tiempo transcurría entre risas y chelas, todos esperando a que iniciara el segundo tiempo. De pronto, alguien avizoró la inconfundible figura de Graco Ramírez en el palco de honor. Sí, era el gobernador de Morelos, el mismo que se gastó casi mil millones en la “remodelación” de este estadio que todavía está incompleto. El mismo que –con la ayuda de los diputados locales– dejará al estado con un endeudamiento cercano a los cinco mil millones.

 

El gobernante departía con el presidente municipal de Cuernavaca, Cuauhtémoc Blanco, su representante Juan Manuel Sanz, el comunicador Juan José Arrese y la directora del Instituto del Deporte, Jackie Guerra, entre otros.

 

Entonces, en la parte de gradas, donde está el pueblo, la raza, los hombres y mujeres comunes y corrientes, surgió un grito: ¡Gracoooo!!

 

El hombre semicalvo de grandes lentes volteó la mirada hacia dónde venía el grito que podía provenir de algún admirador, seguramente beneficiario de alguno de sus programas sociales.

 

Pero en lugar de un saludo amable escuchó un “¡Chinga tu madre!”, mientras lanzaba su brazo derecho hacia su hombro con todas sus fuerzas.

 

El gobernador no pudo ocultar su molestia, su contrariedad. Sus acompañantes hicieron como que no se dieron cuenta.

 

Graco dibujó una sonrisa fingida, a quienes en ese momento lo miraban tras el grito de aquel aficionado que lo descubrió.

 

Y casi de inmediato también (aunque no de manera tan intensa como el primero) empuñó la mano y dibujó una media luna en el aire. Le devolvió la mentada al aficionado.

 

Acto seguido se metió al palco seguido de sus acompañantes y ya no volvió a salir durante todo el segundo tiempo. Nadie se dio cuenta en que momento abandonó el estadio. Salió por una puerta de emergencia, temeroso de que alguien más lo reconociera y le hiciera otra grosería.

 

La conclusión es que, a estas alturas del sexenio, Graco sabe que la gente ya no lo quiere, pero no le importa, pues prácticamente ha conseguido todo lo que ha querido, y sólo espera el momento para emprender el retiro, eso sí, con su futuro económico asegurado.

 

 

Sobre Jesús Castillo 150 artículos
Periodista con 25 años de trayectoria; Premio Estatal de periodismo 2010 y 2012. Premio Nacional de Periodismo 2013.

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