Orlando Plá
La Laguna de Bacalar, conocida como laguna de los 7 colores debido a las diferentes tonalidades que toman sus aguas a partir de las diferencias en profundidad, incluye 3 cenotes, en una superficie de unos 42 Km2.
Esta laguna forma parte de un complejo sistema en el que se conectan otras lagunas y ríos que durante siglos han permitido la navegación, que además se encuentran conectados con diversos cenotes y corrientes subterráneas que, en conjunto, conforman un delicado ecosistema que constituye una de las principales reservas de agua potable de México.
Esta laguna atesora estructuras consideradas como las evidencias más antiguas de la vida en la Tierra que datan de más de 3,500 millones de años y sólo se encuentran en escasos puntos del planeta como la costa oeste de Australia, las Bahamas, el Mar Rojo, la Lagoa Salgada de Brasil, los salares de la costa norte de Chile y Cuatrociénagas en Coahuila. Estas estructuras son conocidas como estomatolitos, que son comunidades bacterianas que permiten la precipitación de minerales y se convierten en piedras vivas, que oxigenan y purifican las aguas.
Los operadores turísticos que tienen conciencia ecológica, que son casi todos en Bacalar, advierten a los turistas de no tocar estas formaciones e, incluso, no entrar a la laguna con bloqueador solar o cualquier tipo de cremas, debido a la vulnerabilidad de estas piedras vivientes, que constituyen un componente importante de la estabilidad de la laguna y de todos los cuerpos de agua que con ella se conectan.
Para llegar a Bacalar desde Tulum o Cancún, que son los dos aeropuertos internacionales más cercanos, existe una carretera que resulta peligrosa debido a que sólo cuenta con dos carriles (ida y regreso) y además se encuentra deteriorada debido a la falta de mantenimiento.
Si el gobierno tuviera la intención de fomentar la comunicación y el transporte de pasajeros y cargas en esa ruta, seguramente el equipo multidisciplinario a cargo del proyecto habría decidido la opción de ampliar la carretera existente. Esta decisión es previsible debido a la rentabilidad esperada de la carretera, que actualmente se encuentra saturada, y al limitado impacto ambiental que tendría la obra.
Sin embargo, cuando el equipo multidisciplinario de expertos es sustituido por la voluntad de alguien desconocedor de todas las disciplinas involucradas, es posible llegar a un trazo sobre un mapa capaz de arrasar con todo lo que se encuentre en el trayecto con el propósito de construir una pesada estructura que requiere perforar el terreno para hincar pilotes que atraviesan cavernas, acuíferos y otras formaciones, con la consecuente contaminación de todo el sistema de aguas anteriormente descrito.
Con independencia del elevado costo financiero de la obra, carente de rentabilidad financiera y de dudosa rentabilidad social, el daño infringido a este ecosistema, que constituye un patrimonio de la humanidad, más allá de lo que representa para el pueblo mexicano, es inconmensurable e irreparable.
Lamentablemente, no es éste el único proyecto que se emprende por la decisión de un individuo que no sólo carece de los conocimientos, sino que los desdeña, expresando que “sacar petróleo no tiene ciencia” y otras afirmaciones similares. Son varios los proyectos en que, pasando sobre los especialistas, la ley y la lógica elemental, se han invertido miles de millones de pesos sin expectativas de beneficio social.
Efectivamente, hubo corrupción y también ineptitud en los gobiernos anteriores; pero es imposible solucionarlo con funcionarios que tengan 90% de lealtad (¿A quién?) y 10% de conocimiento.
Empresario y maestro en economía por El Colegio de México.
Funcionario en Hacienda, Asesor del Centro Interamericano de Administraciones Tributarias. Profesor de FLACSO, ITESM y otros.
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