Trump construyó su muro en la Casa Blanca

 

 

 

Rigoberto Lorence

Los hechos del mundo actual marchan a ritmo vertiginoso. Apenas hace dos semanas, USA seguía conservando su pretendido status de policía del globo, y hacía esfuerzos descomunales por aparentar la fuerza necesaria para manejar el planeta de acuerdo a sus designios, a los intereses de sus grandes empresarios y financieros, tratando de imponer límites y condiciones a las demás potencias.

 

Hoy no puede controlar ni a su propio vecindario. Incluso en Washington, ante los disturbios que se aproximaban,  Donald Trump tuvo que esconderse en el búnker de la Casa Blanca, y después, cuando los consejeros le advirtieron que no debía dar tal espectáculo, ordenó una operación policial contra los manifestantes en los terrenos adyacentes, apoyada por un helicóptero, para estar en condiciones de salir a posar en una sesión de fotos, él solo, mostrando una biblia, y después acompañado de varios funcionarios.

 

Días después, el magnate ordenó construir un muro de metal en torno a la Casa Presidencial. Un legislador se burló del hecho diciendo que seguramente “México no pagaría” por construir tal muro.

 

Por su lado, la alcaldesa de Washington, Muriel Browser, solicitó oficialmente la retirada de las fuerzas militares federales de la ciudad. Asimismo, ordenó pintar en letras gigantes la consigna “Black Lives Matter” sobre una de las principales avenidas, y otorgó ese nombre a una de las Plazas públicas de la capital.

 

Al otro lado de la frontera, en Canadá el primer ministro Justin Trudeau realizó un breve homenaje a las víctimas del racismo que sacude USA, se hincó por unos minutos y finalmente declaró que sentía “horror y consternación” por los hechos de violencia que tienen lugar en el país vecino.

 

Esas acciones subrayan con claridad la situación que priva al interior de USA, un país cuya población se resiste a seguir obedeciendo una política que niega los derechos más elementales a sus ciudadanos, pero quiere presentarse ante el mundo como adalid de la democracia y la justicia.

 

Porque la enorme rebelión de las masas, que abarca unas 140 ciudades y es encabezada por grupos afroamericanos y apoyada por todos los elementos radicales y democráticos del país, se está presentando en un contexto de extraordinaria complejidad: por ejemplo, van más de 100 mil muertos por la pandemia de Covid en el país. La población trabajadora ha perdido 43 millones de empleos en todos los sectores de la producción y los servicios.

 

Además, hay una grave crisis financiera y la recesión ha dejado de ser una simple predicción de sesudos analistas. Ya es una realidad. Y por si fuera poco, hay un proceso electoral en marcha, dentro del cual las encuestas dan como favorito a Joe Biden, adversario de Trump en las próximas elecciones de noviembre.

 

Todas las encuestas, finalmente, arrojan resultados contrarios a Trump por el manejo de la actual crisis. Y todas coinciden en que cerca de dos terceras partes de la población reprueba los actos de violencia policial, así como que solo una pequeña parte de la sociedad norteamericana lo apoya.

 

La rebelión de las masas norteamericanas es la expresión del malestar general, que empieza por la violencia de la policía contra la población, continúa con el estrés del confinamiento, se agrava por la miseria y la marginación, y termina por estallar a causa de la indignación que genera el hecho de que los ricos empresarios de USA han acumulado desde marzo 560 mil millones de dólares más a sus fortunas, mientras hay millones de desempleados que a duras penas consiguen algún pago por cesantía.

 

EL LABERINTO DE TRUMP

El magnate trató de desempolvar una ley contra la insurrección interna, promulgada en 1807, hace más de 200 años. Dicha ley le autorizaría a emplear masivamente a las fuerzas armadas para reprimir los disturbios. Pretendía dar un verdadero golpe de estado militar.

 

Pero Trump no ha podido generar el consenso entre los principales dirigentes políticos y militares del país. Para empezar, el general Mark Esper, actual secretario de la Defensa, ha declarado que el país no está en las condiciones extremas que contempla dicha ley, y por lo tanto no es aplicable, porque no está en marcha un conflicto armado, y no se debe disparar contra la población civil.

 

A lo anterior se han agregado declaraciones de todos los expresidentes vivos, como George W. Bush, Bill Clinton y Barack Obama. Lo mismo ha señalado el general James Mattis (Perro rabioso Mattis) exsecretario de Defensa del propio Trump, así como otros exsecretarios del ramo.

 

Asimismo, se han opuesto el general John Allen, diciendo que la militarización del país “iniciaría el principio del fin de la democracia” y que quienes realmente generan el terrorismo son  ”los fascistas, el KKK y los neonazis” y no quienes se manifiestan en las calles. 

 

Otro tanto han expresado los líderes de las comunidades afroamericanas, entre ellos Jesse Jackson, Martin Luther King III y otros, así como la nueva hornada de dirigentes de dichas comunidades, quienes han exhortado a “quitarnos la rodilla del cuello” del racismo como sistema de dominación social.

 

Solo quedarían al lado de Trump los fanáticos de la Supremacía Blanca, los neonazis, los KKK y otros nostálgicos del Make America Great Again. O sea, el magnate está muy aislado en términos políticos.

 

La propuesta del presidente no es más que un intento desesperado, fruto de su impotencia, por “controlar” una situación que claramente se le escapa de las manos. Necesita un golpe de estado militar para imponer “la ley y el orden” dentro de un país que se precia de tener sólidas instituciones democráticas.

 

(Los golpes fascistas en el mundo han triunfado en el contexto de crisis constitucionales, cuando las movilizaciones de derecha han sido acompañadas de la fuerza militar o de grupos paramilitares. Tal fue el caso de los Camisas Negras  de Mussolini en Italia en 1922 y las movilizaciones nazis apoyadas por las SS y SA de Hitler, en la Alemania de 1933, que masacraron toda oposición).

 

Pero en el caso de USA, las masas movilizadas son antifascistas, mientras la derecha se mantiene dispersa y sin una dirección política  que les permita aglutinarse. Asimismo, no hay consenso entre los dirigentes militares y políticos del país que le permita a Donald Trump militarizar la vida pública e imponer por la fuerza “la ley y el orden”.

 

EL DESOBEDIENTE MUNDO TRIPOLAR

Los tropiezos de la política exterior de USA bajo Trump han sido muchos, muy sonados y reflejan el grado de debilitamiento del antiguo coloso norteamericano. En China, por ejemplo, su política de sanciones económicas por el cambio de estatuto legal de Hong Kong está generando múltiples roces diplomáticos.

 

(Hong Kong es una isla cercana al continente, que fue devuelta a la soberanía china en 1997, de acuerdo con los tratados firmados al respecto entre el país oriental y la corona británica. La isla volvió a formar parte de China bajo el principio “Un país, dos sistemas” para subrayar el hecho de que el capitalismo de Hong Kong podría seguir funcionando, pero su soberanía política quedaría sujeta a las determinaciones de la RPCh).

 

Durante mucho tiempo, la política exterior estadunidense estuvo atizando protestas contra la “dictadura” china y en defensa de la “democracia” en la isla. En fecha reciente, la Asamblea Popular de China estableció el nuevo estatuto que permite un mayor control de las manifestaciones atizadas por el extranjero, sin tocar el principio de referencia. Trump decidió imponer sanciones a China por ejercer su propia soberanía, a lo que China respondió con amenazas de tomar represalias.

 

Mientas tanto, China continental, una vez dominada la pandemia, ha puesto de nuevo en marcha su economía, que por el momento es considerada “la locomotora” de la economía mundial.

 

Hay una lista de 33 compañías chinas que son objeto de sanciones por parte del gobierno de USA. Las acusan básicamente de poner en peligro la seguridad del país. China ha respondido que va a imponer duras represalias contra compañías estadunidenses como Apple, Cisco y Qualcomm, entre otras, y podrían dejar de comprar los gigantescos aviones Boeing de fabricación californiana.

 

En el fondo, USA solo trata de defender su debilitada economía ante la posibilidad de ser relegada y desplazada técnicamente por el empuje de las poderosas empresas chinas, muchas de ellas integradas en su mayoría por capital del estado chino.

 

Rusia, aliado de China, conserva la superioridad militar que ha logrado sobre USA, sobre la base de la mecanización de sus fuerzas armadas, y principalmente por el desarrollo de sus cohetes hipersónicos.

 

Por su lado, Venezuela e Irán se pusieron de acuerdo en fecha reciente para romper el bloqueo impuesto por USA, y lo han logrado, con la llegada a puertos venezolanos de navíos iraníes cargados de gasolina, para reforzar la extenuada economía del país bolivariano. Ambos países ya no tienen nada que perder ante USA. Sus economías están tan afectadas que una nueva sanción ya no les haría daño sustancial.

 

Por el contrario, una agresión militar contra los barcos iraníes, por ejemplo, puede significar un conflicto de proporciones mayores en varias regiones, o quizá en el mundo entero, porque la regla no escrita es que las determinaciones deben tomarse por consenso entre los países que hoy manejan el mundo multipolar (USA, China y Rusia).

 

La política de Donald Trump de sancionar a todo país que niegue a apoyar sus intereses, está tocando a su fin. Las nuevas esferas de influencia del mundo ya no se pueden establecer con cañoneras, o con portaviones. Es obsoleto el uso de la fuerza para imponer soluciones globales.

 

Es posible que el rudo cerebro del magnate lo haya entendido, porque en fecha reciente decidió no atacar navíos iraníes cuando se aproximaban a Venezuela. Ya midió los riesgos. Y ha decidido apostar –al menos por el momento-  a soluciones negociadas para sacar adelante los intereses imperiales de USA.

 

Ha quedado muy lejos la política del Gran Garrote (Big Stick) de Theodore Roosevelt con la que el naciente imperio de USA consiguió dominar amplias regiones del mundo desde principios del siglo XIX. El policía del mundo ya no tiene ese garrote a su servicio. Los países sancionados del mundo se han unido y han logrado despojarlo de la macana.  Y el mundo comienza a respirar.

 

Tanto es así, que Donald Trump hasta decidió construir su propio muro en la casa que habita, y hoy se dedica a inspeccionar el búnker y cavilar en su laberinto.

 

 

Sobre Rigoberto Lorence 102 artículos
Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la UNAM. Militante de las organizaciones democráticas y revolucionarias de México desde hace unos 40 años. Ha impartido cursos de reportaje, redacción y otras áreas dentro del periodismo.

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